Hace más de 35 años, ABC ya advertía sobre la contaminación del lago Ypacaraí, y varios políticos y empresarios de la época que toleraban o contribuían a la polución atribuían las publicaciones a una campaña para favorecer supuestos intereses particulares, una reacción exactamente igual a la adoptada hoy por aquellos que fustigan contra los cuestionamientos sobre el metrobús o la polémica avenida Ñu Guazú.
El lago Ypacaraí es una de las más bellas atracciones que ofrece nuestro país, y a sus playas llegan en verano miles de personas, tanto nacionales como extranjeras. Precisamente, una de las más conocidas canciones paraguayas en el exterior, lo tiene como tema.
Lamentablemente, un principio de contaminación amenaza al lago y a sus peces. Por ello, se deben adoptar urgentes medidas, para salvaguardar este motivo de recreación y solaz que es orgullo de los paraguayos.
Título de tapa
Los dos párrafos anteriores no son de ahora.
Es la leyenda de la foto principal de tapa –a seis columnas– de nuestra edición del 15 de enero de 1978.
Se hablaba todavía de contaminación peligrosa para los peces. Hoy se podría dar un premio al que pesque –si encuentra uno– en el lago Ypacaraí.
Desde 1977 datan publicaciones de la contaminación. El primer congreso de municipalistas del país (intendentes y concejales), reunido ese año en Asunción, prometió conformar un grupo especial que se encargaría de combatir el depósito de aguas negras en el lecho de los arroyos y en el mismo lago, atribuido a las industrias, especialmente curtiembres.
Las poblaciones ribereñas eran escasas y hasta el arroyo Yuquyry, otrora famoso por sus balnearios de aguas cristalinas, era todavía frecuentado por miles de bañistas del área metropolitana.
Destino fatídico
Pero el destino fatídico del Ypacaraí estaba escrito. Había estudios que lo presagiaban.
Algunos, como el Arq. Carlos López Urbieta, constructor de grandes obras edilicias en San Bernardino, cuestionaban tales estudios.
En una carta al director publicada el jueves 5 de enero de 1978 decía, entre otras cosas: “No confundamos a la opinión pública con meras estimaciones y predicciones o con el ‘descubrimiento de latitas’ en el lago”, minimizaba.
Apuntalaba su opinión en un informe conjunto de Opaci y Senasa que reportaba el estado de la playa Colón de San Bernardino: “Agua de buena calidad sin contaminación que señalar”.
En una solicitada, el mismo Urbieta aseguraba que la situación era controlable e instaba a adoptar una “línea nacionalista y no sensacionalista” a los medios de prensa.
El debate se desencadenaba en los primeros días de enero, en pleno verano, cuando la gente se volcaba a sus playas a refrescarse.
Una información negativa como la contaminación pateaba directamente el tablero de los negocios de temporada.
Criticaba nuestras publicaciones que alertaban sobre los daños ambientales y sugería: “Sería muy importante que los medios de difusión con interés en el tema recurran a todas las instituciones competentes y a las entidades y personas afectadas, para que las notas tengan equilibrio y no afecten fuentes de trabajo”.
Paralelamente, como casi todos los años, se reunían los intendentes con representantes del gobierno y de ONG para anunciar ante la prensa la conformación de nuevos grupos de estudio, control, evaluación y protección del lago y sus arroyos.
Por supuesto que tales comisiones desaparecían o permanecían suspendidas en el espacio al finalizar la temporada.
La descripción de la situación en 1978 puede aplicarse perfectamente a la de hoy.
Sin embargo, es la primera vez que un ministro de Salud, Dr. Antonio Arbo, describe en forma tajante el drama de nuestro lago. Arbo reveló el último resultado de estudios realizados en São Paulo, Brasil, que determinaron que las aguas son altamente tóxicas para el contacto humano. (Continuará)
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